miércoles, 16 de junio de 2010

Pensador inglés (Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704). Este hombre polifacético estudió en la Universidad de Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la Medicina y mantuvo relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John Locke fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las bases del pensamiento político liberal.

Locke se acercó a tales ideas como médico y secretario que fue del conde de Shaftesbury, líder del partido Whig, adversario del absolutismo monárquico en la Inglaterra de Carlos II y de Jacobo II. Convertido a la defensa del poder parlamentario, el propio Locke fue perseguido y tuvo que refugiarse en Holanda, de donde regresó tras el triunfo de la «Gloriosa Revolución» inglesa de 1688.

Locke fue uno de los grandes ideólogos de las elites protestantes inglesas que, agrupadas en torno a loswhigs, llegaron a controlar el Estado en virtud de aquella revolución; y, en consecuencia, su pensamiento ha ejercido una influencia decisiva sobre la constitución política del Reino Unido hasta la actualidad. Defendió la tolerancia religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las religiones no cristianas; pero el carácter interesado y parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al excluir del derecho a la tolerancia tanto a los ateos como a los católicos (siendo el enfrentamiento de estos últimos con los protestantes la clave de los conflictos religiosos que venían desangrando a las islas Británicas y a Europa entera).

En su obra más trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los principios básicos del constitucionalismo liberal, al postular que todo hombre nace dotado de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger: fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento de Hobbes, Locke apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social» originario, rechazando la doctrina tradicional del origen divino del poder; pero, a diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no conducía a la monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado.

La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían desligados del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio (idea de donde proviene la práctica de las elecciones periódicas en los Estados liberales), sino también la de derrocar a los gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se apoyaron Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse contra Gran Bretaña en 1776, así como los revolucionarios franceses para alzarse contra el absolutismo de Luis XVI en 1789).

Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir que ninguno degenerara hacia el despotismo; pero, al inclinarse por la supremacía de un poder legislativo representativo de la mayoría, se le puede considerar también un teórico de la democracia, hacia la que acabarían evolucionando los regímenes liberales. Por legítimo que fuera, sin embargo, ningún poder debería sobrepasar determinados límites (de ahí la idea de ponerlos por escrito en una Constitución).

Este tipo de ideas inspiraron al liberalismo anglosajón (reflejándose puntualmente en las constituciones de Gran Bretaña y Estados Unidos) e, indirectamente, también al del resto del mundo (a través de ilustrados franceses, como Montesquieu o Voltaire). Menos incidencia tuvo el pensamiento propiamente filosófico de Locke, basado en una teoría del conocimiento empirista inspirada en Bacon y en Descartes.

(Amsterdam, 1632 - La Haya, 1677) Filósofo neerlandés. Hijo de judíos españoles emigrados a los Países Bajos, estudió hebreo y la doctrina del Talmud. Cursó estudios de teología y comercio; por la fuerte influencia que ejercieron sobre él los escritos de Descartes y Hobbes, se alejó del judaísmo ortodoxo. Su crítica racionalista de la Biblia provocó que fuese por último excomulgado por los rabinos en 1656. Se retiró a las afueras de Amsterdam, como pulidor de lentes.

Durante este período escribió un Breve tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad, y parece que tambien el De la reforma del entendimiento y un polémicoTratado teológico-político, aunque se publicarían más tarde. Renunció a una cátedra en Heidelberg (1673) para mantener su independencia intelectual. En 1675 terminó su obra más importante, la Ética demostrada según el orden geométrico, iniciada catorce años antes y que no se publicaría hasta su muerte, en 1677. También por esta época emprendió la redacción delTratado político, que quedó inconcluso.

Su filosofía parte de la identificación de Dios con la naturaleza (Deus sive natura), y representa el mayor exponente moderno del panteísmo. Llevó al extremo los principios del racionalismo, y dedujo toda su filosofía de la definición de sustancia como «aquello que es en sí mismo y se concibe por sí mismo», por lo que sólo podía existir una sustancia, la divina.

La mente humana conoce sólo dos «atributos» o formas de aparecer de Dios, el pensamiento y la extensión, aunque sus atributos deben ser infinitos. Los individuos son a su vez modos, determinaciones concretas, de los atributos. Este monismo radical resuelve el problema cartesiano de la relación entre pensamiento y extensión, pues son sólo formas de presentarse la sustancia divina, así como el conflicto entre libertad y necesidad, que se identifican desde el punto de vista de Dios, pues es libre como natura naturans (en cuanto causa) y determinado en cuanto natura naturata (en cuanto efecto). Desde el punto de vista del hombre, la libertad individual es una ilusión.

Spinoza destacó tres géneros de conocimiento humano: en el primero, el hombre es esclavo de las pasiones y sólo percibe los efectos o signos e ignora las causas; en el segundo, la razón elabora ideas generales o nociones comunes que permiten a la conciencia acercarse al conocimiento de las causas, y aprende a controlar las pasiones; en el tercer género, el hombre accede a una intuición totalmente desinteresada, pues conoce desde el punto de vista de Dios (sub specie aeternitatis), ajeno a sí mismo como individuo y por tanto sin que le perturben las pasiones individuales. En esta contemplación se identifican lo singular y lo eterno, y se percibe la presencia de todo en todo, intuición en la que se cifra la única felicidad posible.

En el terreno político, Spinoza rechazó el concepto de moral, por considerar que implicaba una desvalorización de lo real en nombre de un ideal trascendente. Todos los seres se guían por el principio de autoconservación, sobre el cual se edifica el Estado como limitación consensual de los derechos individuales. Sin embargo, lo que el individuo busca en el Estado es la conservación propia, por lo que puede revolverse contra él en caso de que no cumpla esta función («Dios crea individuos, no naciones»).

En la medida en que la ley limita el poder de cada uno mediante un sistema de recompensas y castigos, la política descansa necesariamente en pasiones tristes (temor, seguridad). La principal preocupación política de Spinoza fue: ¿por qué los hombres combaten por su esclavitud como si se tratara de su libertad? Aunque la democracia es el mejor de los regímenes políticos, pues tiende a sustituir las pasiones tristes por el amor a la libertad y favorece el acceso al estado de razón, sólo se llega al tercer género de conocimiento por la vía individual y privada.

La filosofía de Spinoza generó un importante rechazo en su tiempo, aunque un siglo más tarde sería recuperada y su influencia fue importante no sólo en el terreno de la metafísica, sino entre poetas románticos como Shelley y Wordsworth. Spinoza no perteneció a ninguna escuela, y resulta difícil destacar al nivel que merecen la profunda originalidad y la independencia de su pensamiento.


David Hume nació en Edimburgo el 26 de abril de 1711, siendo el hijo menor de una buena familia, pero modesta económicamente. Su padre murió siendo él un niño, por lo que vivió con su hermano y su hermana bajo el cuidado de su madre.

Su familia quiso que estudiara derecho, carrera que no fue tenida en gran estima por el joven Hume, que ya desde muy temprano "sentía una insuperable aversión hacia todo aquello que no fueran las tareas de la filosofía y el conocimiento en general".

En 1734 marcha a Bristol, dedicándose a la abogacía, profesión que deja al cabo de pocos meses, cuando decide retirarse a Francia (Reims y Anjou) para dedicarse a su mayor pasión, "la literatura".

En este retiro compuso su obra Treatise of Human Nature, que publicó en Londres en 1738. Dicha obra tuvo muy escasa acogida: "nació muerta de la imprenta, sin recibir, por lo menos, la distinción de suscitar un murmullo entre los fanáticos".

Al poco regresa a Escocia, y va a vivir con su madre y su hermano a una casa de campo, dedicándose por entero a la redacción de sus Essays Moral and Political, que se publicaron en 1742 y tuvieron una mayor acogida que la obra anterior.

En aquel tiempo se dedicó al estudio del griego y en 1745 optó por la cátedra de ética y filosofía de la Universidad de Edimburgo, plaza que le fue negada por su reputación de "ateo" y "escéptico".

El mismo año, a ruegos del marques de Annandale, marchó a Inglaterra como su instructor y más tarde con el general St. Clair como secretario suyo, volviendo en 1749, donde vivió con su hermano durante dos años, hasta que éste se casó. Su madre había muerto hacía poco tiempo.

En este tiempo redactó una revisión y condensación de la primera parte del "Treatise" en una obra que se publicó en 1751 bajo el título "Enquiry concerning human understanding " y publicó también otra obra titulada "An Enquiry concerning the principles of morals ", donde refundía la tercera parte del Tratado y que según el autor, era el mejor de todos sus escritos. En 1752 publicó sus "Political discourses " (" la única de mis obras que alcanzó el éxito en la primera publicación").

En 1751 abandonó la casa de su hermano y se mudó a la ciudad a vivir con su hermana. Un año después, la facultad de Abogados le nombra bibliotecario, trabajo con el cual puede apenas subsistir pero que puso a su disposición una vasta biblioteca.

Empieza entonces a redactar una obra sobre la historia de Inglaterra, empezando en 1756 con la llegada de la Casa de Estuardo, a la que siguió un segundo volumen de la historia de Inglaterra hasta el período de la revolución de 1688.

La primera parte fue duramente atacada por distintos sectores ideológicos. En el intervalo entre ambas obras escribe su "Natural history of religion ". En el 1759 publica "History of the House of Tudor ", obra que causa indignación, por lo que se retira a Edimburgo para acabar la primera parte de la English History que se da al público en 1761, ( "con un tolerable y nada más que tolerable éxito").

Tenía Hume cincuenta años cuando recibió una invitación para trabajar como secretario del Earl of Hertford, embajador británico en París, lugar en el que entró en contacto con los ilustrados franceses, entablando amistad con Rousseau, que le acompañaría a Londres a su vuelta.

En 1967 es reclamado por Mr. Conway para el cargo de subsecretario de Estado, volviendo a Edimburgo en 1769.

En 1775 fue aquejado de unas dolencias en los intestinos y un año después, temiendo un mal desenlace de la enfermedad, escribió la breve autobiografía Mi vida, una oración funeral a sí mismo.

Leibniz, Gottfried Wilhelm Leibniz. Él nació exactamente 50 años después de Descartes: él nació en 1646 y murió el 1716. Una vida -70 años- para la época relativamente larga (Descartes murió joven, a los 54 años). Había nacido en Leipzig y murió en Hannover. Es una figura particularmente compleja y sumamente interesante.

Fue matemático -uno de los grandes matemáticos de la historia- su gran descubrimiento es el Cálculo Infinitesimal, que llamó Calcul de l'infinement petit. Es un descubrimiento que se hizo paralelamente a lo de Newton; Newton llamó a su descubrimiento Método de las Fluxiones. Ha habido una disputa sobre la prioridad del descubrimiento, parece que no hubo prioridad por parte de ninguno: fue un descubrimiento simultáneo en formas distintas y además las notaciones eran diferentes: la de Leibniz es la que ha prevalecido -aproximadamente es la que se conserva, a lo largo de la historia en el Cálculo Infinitesimal.

Era además físico, físico sumamente importante. Luego diremos una palabra sobre la discrepancia -parcial- que tiene con Descartes. Era además jurista, historiador, en ocasiones diplomático. Tenía una gran preocupación religiosa; era protestante, pero se sentía muy próximo al catolicismo. Él era partidario, tenía mucho entusiasmo por la unión de las iglesias: mantuvo una relación muy prolongada con el gran obispo y teólogo francés Bossuet y con el obispo español Rojas Espinola, para conseguir una aproximación y un poco de unión entre las iglesias. Él no quería convertirse; él quería que las iglesias protestantes y católica se aproximaran y llegaran a una unión, sin cambiar las confesiones. Esto, como saben ustedes no llegó a producirse. Hay varios estudios, hay un libro muy importante de Jean Baruzi, a quien conocí en París hace bastantes años y se llama Leibniz y la organización religiosa de la tierra. Escribió historias, sobre todo los Annales Brunsvicenses, es decir, de la casa de Brunswick. Pero naturalmente lo que fue sobre todo y primariamente -y en eso que fue absolutamente genial- fue filósofo.

La obra de Leibniz tiene una estructura y sobre todo una transmisión muy azarosa. Él escribió principalmente en francés y en latín. Escribió doce libros, bastante extensos -no enormes-; dos libros considerablemente extensos: Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, un título reflejo del título de Locke -de quien hablaremos la próxima semana- Ensayos sobre el entendimiento humano; él escribe en francés Nouveaux essais sur l'entendement humain y otro libro extenso Teodicea. La palabra "teodicea" quiere decir literalmente "justificación de Dios", el esfuerzo por interpretar la realidad divina -en relación con el mundo, el hombre- y justificar porque Dios -siendo infinitamente bueno, infinitamente sabio- ha creado un mundo en el cual hay el mal - en muchos sentidos: el mal físico, el mal moral... Pero la palabra "teodicea" luego ha sido usada en un sentido más lato, más general, como el conocimiento filosófico de Dios.

Escribió además una serie de breves tratados -no más de cincuenta o sesenta páginas-, algunos muy importantes. El Discurso de Metafísica -yo lo he traducido hace bastantes años, casi sesenta-, La monadología, Los principios de la naturaleza y de la gracia y otros más, muy importantes.

Como todos los autores de su tiempo mantuvo una correspondencia científica con figuras importantes de varios países, y esa correspondencia está en latín o en francés -algunas cartas en inglés y muy pocas en alemán.

Como autor es un autor de lengua francesa y latina; el alemán no era todavía una lengua de cultura, no era una lengua en que se escribiera filosofía. El primer autor que escribe en alemán de un modo normal -además de en latín- es Wolff, discípulo de Leibniz. Luego ya Kant escribirá casi toda su obra en alemán.

Esta es en conjunto, digamos, la obra externa de Leibniz. No fue nunca profesor; él fue fundador de la Academia de Ciencias de Berlín, en 1700, y fue director de ella. Viajaba por Europa, en coches -de caballo, naturalmente- y leía y escribía en esos grandes coches del siglo XVIII.

Es una figura por tanto amplísima; escribe sobre gran cantidad de temas, y fue sobre todo como matemático y como filósofo una de las grandes figuras creadoras. No olviden ustedes que la matemática superior es creación simultánea de Leibniz y Newton.

Como físico tiene ciertas discrepancias con Descartes. Descartes se ocupa del movimiento, por supuesto, pero lo ve como un cambio de lugar y estudia lo que llama la cantidad de movimiento cuya fórmula es mv, masa por la velocidad. Pero la concepción de Leibniz -y lo digo porque tiene conexión con sus ideas filosóficas- es una concepción dinámica, no se trata simplemente de cambio de lugar y lo que importa no es la cantidad de movimiento, sino lo que él llama "la fuerza viva", que tiene una fórmula distinta:

mv2

2

Esto tiene conexión con la idea de fuerza, de vis, de conato, de impulso..., a diferencia de la concepción de cierto modo estática de Descartes.

Y hay un concepto enormemente importante, que está en el centro de la filosofía de Leibniz, el concepto de mónada. Mónada es una palabra griega, monás, monadós, que quiere decir unidad. Y llama mónadas justamente a los componentes de la realidad. Son precisamente lo que llama substancias indivisibles, que no tienen partes. Y por tanto no pueden proceder por agregación, porque no tienen partes, ni pueden desaparecer por disgregación. Añade, con una imagen muy curiosa que "las mónadas no tienen ventanas", no se pueden comunicar entre sí, directamente no se comunican. La comunicación que tienen es en Dios. Recuerden ustedes como aparecía la intervención de Dios en la realidad en todo el pensamiento del siglo XVII: en Descartes; en Malebranche, en forma de ocasionalismo; en Spinosa... En Leibniz la solución va a ser justamente que las mónadas por ser indivisibles, sin ventanas, no pueden aparecer más que por creación y no se pueden destruir más que por aniquilación.

Vean ustedes que este concepto capital en el cristianismo, el concepto de creación -y su reverso, aniquilación- tiene un carácter ontológico, un carácter filosófico capital en el pensamiento de Leibniz. En definitiva, diríamos que las ventanas de las mónadas dan a Dios; es decir, la comunicación de las mónadas es con Dios, no es entre ellas. Y esto lo lleva a un concepto que ha sido muy famoso: la armonía preestablecida. Las mónadas que son, repito, incomunicantes, que no tienen ventanas, que no tienen partes, sin embargo componen un universo coherente: porque han sido creadas por Dios justamente siguiendo la armonía preestablecida. Es decir, Dios ha preestablecido la coherencia de las innumerables mónadas de tal manera que es como si se comunicaran; no se comunican realmente pero la armonía preestablecida hace que estén concordes. Recuerden ustedes el problema planteado por Descartes de cómo puede ser que la realidad física, extensa, afecte a la res cogitans, a la substancia pensante o a la inversa: que el entendimiento o la voluntad, que son espirituales, puedan actuar sobre lo físico: que yo pueda mover mi brazo... Recuerdan ustedes como Malebranche atribuía a Dios una intervención constante de tal manera que con ocasión de la existencia de este tapiz rojo yo tengo la sensación de rojo; con ocasión de mi voluntad de levantar el brazo, Dios hace ese acto. Pues bien, en el caso de Leibniz hay una armonía preestablecida y por tanto hay una concordancia general en el universo porque Dios justamente ha hecho que el mundo sea de esa manera.

Hay una idea muy arraigada en Leibniz y que después ha sido muchas veces comentada -en general entendida muy mal, superficialmente-, decir que el mundo es el mejor de los posibles. Esto fue llamado de optimismo de Leibniz; pero no se trata de optimismo, sino de lo mejor de los posibles. El mundo ha sido criado por Dios y es el mejor de los posibles porque... hay un concepto capital, enormemente interesante, que utiliza Leibniz y que es lo composible, la composibilidad.

Qué quiere decir Leibniz con composible? En la concepción tradicional es posible lo que no es contradictorio; por ejemplo, un círculo cuadrado es imposible porque justamente hay contradicción entre la circularidad y el cuadrado. Pero si ustedes preguntan si es posible el centauro -mitad hombre, mitad caballo-, bueno, sí. O la sirena, que es mujer y pez -siempre he pensado que no sabría lo qué hacer con una sirena: si enamorarse o comérsela con mayonesa...

Son posibles, diría Leibniz, con posibilidad abstracta, pero no real, no son composibles: es decir no puede haber un organismo que sea mujer y pez, o hombre y caballo... no hay una posibilidad real, una posibilidad concreta. Ese concepto de composibilidad es sumamente importante, porque el mundo está regido por el principio de la composibilidad: las cosas tienen estructuras que las hacen a algunas composibles y a otras no: hay problemas importantes de coherencia en la realidad. Dios ha creado el mundo con el mayor bien posible (de lo que es composible): y así no es que el mundo sea óptimo; sino que es el mejor de los posibles, el que tiene mayor grado de perfección posible, tomando la realidad en conjunto. Lo que pasa además es que esto se debe aplicar teniendo en cuenta que nosotros no conocemos el mundo, no conocemos más que muy parcialmente el mundo: imaginen ustedes con todo lo que ha avanzado el conocimiento del mundo, por ejemplo, desde Leibniz hasta ahora y el número de cosas que ignoramos -es abrumador: sabemos una pequeña fracción de lo que había que saber...

Por otra parte, él tiene una distinción muy importante entre las mónadas personales y las demás. Las mónadas personales son libres y además tienen percepción, tienen conocimiento. Él tiene la idea de que la realidad está compuesta de mónadas, cada una de las cuales refleja el universo entero, una concepción maravillosa de Leibniz. Hay un verso suyo que dice: "Particula in minima micat integer orbis", en la partícula más pequeña se encuentra el reflejo del universo entero.

Es una idea capital en Leibniz porque en las mónadas personales hay libertad y hay conocimiento. Cada una de las mónadas conoce en principio -aunque sea de una manera parcial, incompleta- el proceso entero del universo. Y es libre, tiene espontaneidad. Todo, todo en sí misma: las mónadas son cerradas, no pueden percibir nada de fuera, no tienen partes, no tienen ventanas, en definitiva lo que hacen, las acciones de cada mónada son el despliegue de sus posibilidades internas. Y en el caso de las personas es una espontaneidad que añade conocimiento y la libertad: es libre.

Es muy importante esto, porque precisamente el pensamiento leibniziano está impregnado de la idea de libertad. Veremos en la próxima conferencia como el teórico del liberalismo y de la democracia fue Locke. Y Locke no acababa de creer en la libertad humana, la libertad personal; para Leibniz la libertad era condición fundamental de la persona. Ya veremos como Locke creía en la libertad política, pero no demasiado en la libertad humana; hay un cierto determinismo en su pensamiento. Es lo contrario de Leibniz. Siempre he pensado que si el teórico del liberalismo -y secundariamente de la democracia- no hubiese sido Locke sino Leibniz, creo que las historia sería sensiblemente diferente y hubiera habido una dosis capital de libertad. Es interesante ver como a veces la creencia en la libertad política y la defensa de la libertad política -que me parece muy bien- no está sostenida por algo mucho más profundo, que es precisamente la creencia en la libertad humana. Yo he dicho muchas veces que es muy importante tener libertad, pero es mucho más importante ser libre. Porque libertad, siempre hay alguna, por lo menos la que uno se toma; pero si no se es libre, si el hombre no es libre, por muchas libertades reconocidas, políticas, no hay verdadera libertad. Yo creo que si hubiera sido Leibniz, diríamos, el patrono de los sistemas políticos de los últimos siglos, hubiera sido más profunda y más verdadera la libertad.

Era un hombre que afirmaba la libertad personal y la relación del hombre con Dios. Para él, Dios es rigurosamente personal. Está muy lejos del panteísmo de Spinosa, pero tampoco tiene la idea muy dominante en la época de un Dios, que sí es creador, providente, que tiene todos los atributos de infinitud y de perfección, pero a quien no se ve rigurosamente como persona.

Y cuando se refiere a Dios emplea palabras sumamente curiosas y yo creo que no se han empleado más que en su pluma: él hablando de Dios y del amor de Dios emplea la palabra ternura, tendresse. Es extraordinario. A veces se entiende el amor a Dios de un modo abstracto, se piensa que el amor a Dios consiste en cumplir los mandamientos: sí, pero la palabra amor quiere decir otra cosa. El sentido primario de la palabra amor es otra cosa. Recuerden ustedes la distinción que hace Pascal: le Dieu des philosophes et des savants a diferencia del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios religioso. Para Leibniz amar a Dios es amarlo con ternura, lo cual no he encontrado en ningún otro lugar. Y hablando de Dios emplea otra palabra extraña: dice que es encantador, charmant. Dios nos encanta, es encantador. Y tiene por nosotros no un amor abstracto sino ternura y el hombre debe sentir también ternura respeto de Dios. Hay una relación estrictamente personal. Relaciones de amor, de ternura, de libertad: justamente esto es lo que es la persona.

Hay un hecho curioso, Leibniz era naturalmente una figura muy admirada y respetada pero con poca difusión: los escritos suyos circulaban poco. Y hay un hecho tremendo: la primera edición de conjunto -incompletísima- es de 1765, es decir, medio siglo después de la muerte del autor... Y hay otra cosa muy importante: uno de sus dos grandes libros, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, era una réplica a Locke, que había publicado sus Ensayos sobre el entendimiento humano en 1690. Los Nuevos Ensayos son, en definitiva, una discusión con Locke y la obra termina hacia 1704, que es cuando muere Locke. Y entonces Leibniz por una excesiva delicadeza no lo publica: porque era una discusión con Locke, Locke no puede contestar y no lo publica y el libro permanece inédito hasta 1765... Y hay cosas extraordinarias que, naturalmente no fueron leídas -fueron leídas por pocos- hasta medio siglo después de la muerte de Leibniz. Y hay unas páginas -yo las comenté hace tiempo en un artículo- en que Leibniz, hacia 1704, prevé una revolución general en Europa. La revolución se produce en 1789; en 1704 la prevé Leibniz. Y la ve como una crisis general de los usos, de las valoraciones y de la moral; de como los grandes modelos de perfección humana se han olvidado... Ustedes imaginen que este libro hubiera sido leído desde el comienzo del siglo XVIII, que hubiera estado en manos competentes, que se hubiera tenido en Europa otras actitudes avanzadas, creadoras, personales, fundadas en el concepto de libertad, fundadas en una actitud religiosa, en la esperanza en Dios etc. Pero por el azar editorial, por esa delicadeza -un poco excesiva- de Leibniz, los efectos fueron mínimos... Y se ha leído una serie de obras muy inferiores, muy superficiales, los llamados "filósofos" filosóficamente eran muy poca cosa: no olviden ustedes que la gran creación de la ciencia y de la filosofía es del siglo XVII; el siglo XVIII vive de las rentas y hay una disminución de valor, de profundidad de ese pensamiento filosófico y científico: los grandes creadores son del siglo XVII -sin duda ninguna- los demás son continuadores, divulgadores -a veces rebajadores- del gran pensamiento del siglo XVII. Habrá que llegar a Kant, para encontrar una gran filosofía creadora en el siglo XVIII.

Ven ustedes los azares de la historia. El estudio de Descartes en el siglo XVIII es superficial; se habla de sus doctrina físicas, de los animales como máquinas, la idea de los torbellinos; de Leibniz, se habla de la idea de lo mejor de los mundos posibles, pero no se piensa a fundo el concepto de substancia, que es fuerza, que es dynamis, conato, impulso, creación: armonía preestablecida, que hace que el mundo sea un mundo, un universo, en el cual hay una relación con un Dios, que es amable, que es amado con ternura etc.

La idea de felicidad –que es justamente lo más importante- ha sido tratada por Leibniz con una profundidad extraordinaria. La felicidad es al hombre lo que la perfección es a los entes. La idea que corresponde a la perfección en las cosas, los entes deben ser perfectos; en el hombre, justamente la perfección es ser feliz. Y esa felicidad radica muy fundamentalmente en el amor. Y el amor -hay una frase suya que me parece extraordinaria-, el amor a Dios, dice Leibniz, debe ser un amor con tendresse y dice además que tiene que tener el ardor combinado con la luz. Ardor y luz, es precisamente una combinación del amor con la razón. A veces se contraponen amor y razón -el amor no es razonable, el amor es ciego..., Ortega opinaba que eso es un error gravísimo; el amor es perspicaz, el amor descubre... las perfecciones del amado, por ejemplo. La perfección humana consiste en amor luminoso, un amor esclarecido, un amor en que se combina la ternura con la razón.

Vean ustedes como es una figura extraordinaria, la amplitud: es quizá el último hombre en Europa capaz de poseer el universo de las ciencias, después esto no ha sido posible, por la especialización, por el crecimiento de la información... Y actualmente se llega hasta el extremo de que los científicos no conocen la disciplina que profesan, sino conocen una pequeña parcela de ella: un botánico que está especializado en las algas o en una variedad de algas y nada más, no sabe mucho de lo demás. Y lo mismo ocurre con el físico, con el químico, con todos los científicos. Hay una parcelación del saber que impide la visión universal que posee todavía Leibniz.

¿Es esto posible? ¿Es necesaria esa visión de conjunto, la visión abarcadora del real? Ustedes piensen que la crisis de la filosofía en estos últimos decenios, que es muy grande -lo que se llama filosofía muchas veces tiene muy poco que ver con ella- consiste precisamente en un abandono de la perspectiva filosófica, del punto de vista filosófico. El filósofo no sabe casi nada sobre casi todo, pero tiene el punto de vista filosófico: él se pregunta sobre la realidad y por el puesto que cada cosa, cada parroquial realidad tiene en el conjunto de la realidad. En esto consiste la filosofía y por esto siempre insisto en que se trata de hacer las preguntas radicales: las respuestas son inseguras, no son necesarias, a veces no se encuentran... pero si se hacen las preguntas radicales, se está haciendo filosofía; si no se hacen esas preguntas –hágase lo que se haga- se está fuera de la filosofía. Y es interesante ver como el exceso de crítica que aparece ya después de Leibniz, justamente consiste en una serie de renuncias... Renuncias que van a estar de cierto modo compensadas por lo contrario: por excesos. En las sesiones siguientes nos ocuparemos de eso.

La influencia del cristianismo en la filosofía:

Antecedentes:

La filosofía cristiana empieza en el siglo lV dC pero es hasta el siglo XI dC cuando tiene su mayor auge, cuando decimos esto hablamos de Roma y si hablamos de Roma es necesario hablar de un antes y un después de Constantino ya que es el primer emperador que acepta a Cristo y por consiguiente a la iglesia católica/cristiana y desde entonces deja de ser la iglesia oprimida y perseguida ya que pasa a ser la protegida.

Tema:

El cristianismo aparece después de un arduo trabajo en el pensamiento metiéndonos en nuevos conceptos como son, Dios, el hombre, la conducta humana, el sentido humano etc. y nos explica que el cristianismo no es solo un sistema conceptual; es una religión con categorías que son el orden sobrenatural, la gracia, el pecado y la redención. Poniéndonos en la necesidad de tomar posturas con respecto a estas.

Nos da un nuevo concepto de Dios muy diferente al que nos planteaban platón y Aristóteles nos habla de un Dios que sintetiza la trascendencia y la inmanencia. Esto quiere decir que este Dios es completa y absolutamente diferente a todas las cosas de este mundo y no cabe confusión propia del panteísmo, que es trascendente. Y con su inmanencia nos quiere decir que el esta presente en nosotros, en todos los seres mundanos y en todas las cosas y que es el único y absoluto creador del universo, por consiguiente nada escapa a su poder y acción. También nos habla de un Dios padre que nos trata con benevolencia ya que el es amor.

Dice que el hombre esta constituido por materia y espíritu con lo cual nos explica la resurrección de la carne esto nos lleva a que hay algo mas allá de lo mundano, nos abre un nuevo horizonte que deja atrás todo lo terreno, de lo material y de lo egocéntrico.

Además el cristianismo nos da un nuevo y diferente modelo de la conducta humana, una conducta que nos dice que nuestro comportamiento no debe consistir en obligaciones si no en el impulso interno de generosidad, donación y sacrificio.

Por ultimo el cristianismo plantea una fraternidad, un sentido comunitario que trasciende ya que va mas haya de un grupo social si no de una intercomunicación que nos enlaza de una nueva manera sin el sentimiento de interés personal de alimentarse y crecer, establecerse y permanecer.

Conclusiones:

1.- La filosofía cristiana nos habla de un maestro práctico y no teórico que habló y con ejemplos actuó.

2.- La teología cristiana es una ciencia con conceptos no tocados anteriormente como son: orden sobrenatural, el pecado, la gracia y la redención.

3.- Nos habla de un nuevo Dios que sintetiza la trascendencia con la inmanencia.

4.- Habla de un concepto de hambre el cual esta constituido por espíritu y materia cuya característica es que carece de la naturaleza divina.

5.- “pendiente”

Descartes

René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye en Touraine, cerca de Poitiers. Desde 1967 La Haye se llama Descartes en honor al filósofo, que fue el tercer hijo del jurista Joachim Descartes, noble de toga, y de Jeanne Brochard. Aunque René pensaba que su madre murió al nacer él, lo cierto es que murió un año después, durante el parto de un hermano que tampoco sobrevivió. Tras la muerte de su madre, él y sus 2 hermanos fueron educados por su abuela, pues su padre, consejero del Parlamento de Bretaña, se ausentaba cada 2 años por largas temporadas, y acabó dejando atrás a sus hijos al contraer nuevas nupcias con una doncella inglesa.

Filosofía

Los principiantes deberían abordar la filosofía cartesiana a través de las antes referidas Meditaciones metafísicas o bien a través de su obra derivada, que es el famoso Discurso del método, que en sus primeras partes es ejemplarmente ameno y fluido, además de tratar temas fundamentales y darnos una buena idea del proyecto filosófico general del autor.[2] Descartes explica ante todo, qué lo ha llevado a desarrollar una investigación independiente. Es que aunque él atribuye al conocimiento un enorme valor práctico (lo cree indispensable para conducirse en la vida, pues «basta pensar bien para actuar bien»), su paso por la escuela lo ha dejado frustrado.

Por ejemplo, comenta que la lectura de los buenos textos antiguos ayuda a formar el espíritu, aunque sólo a condición de leerse con prudencia (característica de un espíritu ya bien formado); reconoce el papel de las matemáticas, a través de sus aplicaciones mecánicas, para disminuir el trabajo de los hombres, y declara su admiración por su exactitud, aunque le parece que sobre ellas no se ha montado un saber lo suficientemente elevado; dice que los libros de los moralistas paganos «contienen muchas enseñanzas y exhortaciones a la virtud que son muy útiles», aunque en realidad no nos ayudan mucho a identificar cuál es la verdadera virtud; añade «que la filosofía da medios para hablar con verosimilitud de todas las cosas y hacerse admirar de los menos sabios; que la jurisprudencia y la medicina dan honores y riquezas a los que las cultivan» aunque claro, aquí se echa de menos toda mención de algún interés por la verdad, la salud o la justicia. Pero el colmo es que la filosofía, de donde las demás ciencias habrían de tomar sus fundamentos, es un desastre: no parece haber aquí «cosa alguna en la que estén de acuerdo los sabios». Su paso por la escuela, pues, ha servido para descubrirle su profunda ignorancia, y de ahí que sea indispensable la investigación.

Las reglas del método

Ya la parte segunda del Discurso había presentado el método. Descartes considera que aunque la lógica tenía muchas reglas válidas, en general éstas son inútiles, puesto que, como afirma en las Reglas para la dirección del espíritu, la capacidad de razonar es básica y primitiva, y nadie puede enseñárnosla. Son las reglas del método:

  1. El llamado precepto de la evidencia (o también, critica de verdad o de la duda metódica): No admitir nunca algo como verdadero, si no consta con evidencia que lo es, es decir, no asentir más que a aquello que no haya ocasión de dudar, evitando la precipitación y la prevención.
  2. El precepto del análisis: Dividir las dificultades que tengamos en tantas partes como sea preciso, para solucionarlas mejor.
  3. El precepto de la síntesis: Establecer un orden de nuestros pensamientos, incluso entre aquellas partes que no estén ligadas por un orden natural, apoyándonos en la solución de las cuestiones más simples (que Descartes llama "naturalezas simples") hasta resolver los problemas más complejos a nuestro alcance.
  4. El precepto de control: Hacer siempre revisiones amplias para estar seguros de no haber omitido nada.

Descartes anuncia que empleará su método para probar la existencia de Dios y del alma, aunque es preciso preguntar cómo podrían él, o sus lectores, cerciorarse de que los razonamientos que ofrece para ello tienen genuino valor probatorio. Desarrollar una prueba genuina es algo muy problemático, especialmente en lo tocante a cuestiones fundamentales, según habían señalado ya autores como Aristóteles y Sexto Empírico. Veremos que en este punto, las teorías cartesianas pueden considerarse como un desarrollo de la filosofía griega.

Propósito literario

No obstante su fluidez ejemplar, la escritura cartesiana puede considerarse como intencionalmente críptica. El resultado es algo semejante a un acertijo, para el que sólo se nos entregan numerosas claves, de modo que la comprensión de sus obras exige la participación activa del lector. Por ejemplo, algunas cosas no aparecen en los textos en el orden más natural, como cuando el método se presenta antes de que Descartes explique por qué cree conveniente adoptar una regla (sea ésta la que fuere). Mejor aún, un par de enigmas, que abajo intentamos resolver y para los que no hay otra solución conocida, muestran el carácter críptico de su escritura: el filósofo nunca explica por qué razón eligió originalmente su método (aunque sí dice que más valdría tomar uno al azar que no seguir ninguno). Y tampoco dice por qué, tanto en las Meditaciones metafísicas como en los Principios..., desarrolla lo que visiblemente son tres pruebas distintas de la existencia de Dios (al contrario, en la «Carta a los Decanos y Doctores...» que precede a las Meditaciones, da a entender que la multiplicidad de pruebas es innecesaria, e incluso dificulta su apreciación). Siendo éstas dos de las principales cuestiones que Descartes deja sin aclarar en sus textos, hay muchas más. Es muy posible que el autor (que en la Flèche había estudiado la emblemática y otras formas de comunicación indirecta, según Gaukroger), quisiera legarnos un acertijo. Si esto es cierto, habría que ver sus textos, en parte, como criptogramas que a sus lectores les corresponde descifrar.

La duda metódica

Descartes fue considerado el filósofo de la duda porque pensaba que, en el contexto de la investigación, había que rehusarse a asentir a todo aquello de lo que pudiera dudarse racionalmente. Él estableció tres niveles principales de duda:

En el primero, citando errores típicos de percepción de los que cualquiera ha sido víctima, Descartes cuestiona cierta clase de percepciones sensoriales, especialmente las que se refieren a objetos lejanos o las que se producen en condiciones desfavorables.

En el segundo se señala la similitud entre la vigilia y el sueño, y la falta de criterios claros para discernir entre ellos; de este modo se plantea una duda general sobre las percepciones (aparentemente) empíricas, que acaso con igual derecho podrían imputarse al sueño.

Por último, al final de la Meditación I Descartes concibe que podría haber un ser superior, específicamente un genio maligno extremadamente poderoso y capaz de manipular nuestras creencias.Dicho "genio maligno" no es más que una metáfora que significa: ¿y si nuestra naturaleza es intelectualmente defectuosa?, de manera que incluso creyendo que estamos en la verdad podríamos equivocarnos, pues seríamos defectuosos intelectualmente. Siendo éste el más célebre de sus argumentos escépticos, no hay que olvidar cómo Descartes considera también allí mismo la hipótesis de un azar desfavorable o la de un orden causal adverso (el orden de las cosas), capaz de inducirnos a un error masivo que afectara también a ideas no tomadas de los sentidos o la imaginación (vg., las racionales).

El propósito de estos argumentos escépticos, y en particular los más extremos, de los dos últimos niveles, no es provocar la sensación de que hay un peligro inminente para las personas en su vida cotidiana. Se trata de posibilidades abstractas, cuya finalidad es servir a la investigación en forma semejante a un microscopio en el laboratorio.

Soluciones propuestas

Ahora bien, por un lado en la «Carta-prefacio a la traducción francesa de los Principios» Descartes se refiere a Platón y Aristóteles como los principales autores que han investigado la existencia de principios o fundamentos (válidos) del conocimiento. Aunque Descartes no lo menciona, ambos filósofos piensan que la dialéctica o controversia, donde cada uno de los participantes procura convencer o refutar a su antagonista, es el único tipo de argumentación capaz de responder esta pregunta; y en especial, la explicación que da Aristóteles (Met. Γ, 4) de por qué hay que acudir a este tipo de argumento para alcanzar una prueba de los «principios», es muy digna de atención. Perfectamente pudo Descartes ver aquí una buena razón para elegir la dialéctica como procedimiento para indagar la validez de los fundamentos.

Esto es lo que insinúa la primera regla metódica, si el lector, en lugar de atribuirle el papel principal a la noción general de evidencia, se lo concede a la (más específica) de indubitabilidad racional: las ideas tendrán la clase relevante de evidencia sólo en la medida en que sean apropiadamente indudables, pero es obvio que no serán indudables mientras haya «ocasión» de ponerlas en duda, y habrá ocasión de dudar siempre que haya argumentos escépticos vigentes. Ahora bien, bajo un argumento como el del genio maligno, p. ej., siempre puede plantearse una duda que afecte, en términos generales, incluso a las ideas más evidentes: perfectamente puede pensarse que acaso las ideas evidentes son falsas.

Por otro lado, vimos que Descartes acepta tres razones para plantear la duda más extrema: son las hipótesis del genio maligno, la de un azar desafortunado y la de una causalidad natural adversa. Así, si suponemos que Descartes argumenta para enfrentar al crítico radical (el escéptico), se entiende fácilmente el desarrollo de tres pruebas, que sólo aparentemente se encaminan a establecer la existencia divina. Así, a cada una de estas pruebas en realidad puede asignársele el propósito de refutar una de las hipótesis escépticas. De este modo, Descartes no habría buscado «demostrar», en primer término, la existencia de Dios: en cambio habría intentado vencer dialécticamente a su antagonista en la controversia, rechazando una razón específica entre las admitidas para plantear la duda más extrema. Para lograrlo, le habría bastado mostrar que las razones para aceptar la existencia divina son, en todo caso, más sólidas que las que pueden darse para implantar las dudas radicales. Si Descartes alcanza este objetivo, las dudas más extremas quedarían sin fundamento. Esto, a su vez, autorizaría al investigador a aceptar ciertas proposiciones como válidas, por ser racionalmente indudables (al menos, a la luz de los argumentos escépticos conocidos). Pero Descartes habría ocultado este aspecto negativo de su procedimiento.

La metafísica

Otra postura que Descartes sostiene es la evidencia, de la libertad. Pero más que discutir la realidad o no del libre albedrío, Descartes parece partir de la hipótesis de que él mismo es libre, para poner esta libertad en práctica: ya la investigación, en su caso, resulta de una determinación voluntaria y libre. Además, la epistemología cartesiana (vg., su investigación sobre las condiciones de validez del conocimiento) hace un aporte tácito, pero fundamental, al campo de la filosofía práctica: la responsabilidad no es ilusoria, pues si hay conocimiento legítimo, y éste versa en parte sobre algunas relaciones causales, hemos de tomar nuestras decisiones sin dar oídos sordos a las consecuencias previsibles de nuestros actos.

Sin embargo, parece que Descartes nunca intentó demostrar la corrección de la citada hipótesis sobre el libre albedrío, como no fuera poniéndola a prueba indirectamente, acaso examinando su capacidad de producir resultados favorables. Descartes compara el cuerpo de los conocimientos a un árbol cuyas raíces son de tipo metafísico, el tronco equivale a la física, y las ramas principales son las artes mecánicas (cuya importancia está en que permiten disminuir el trabajo de los hombres), la medicina y la moral. La metafísica es fundamental, pero añade que los frutos de un árbol no se cogen de las raíces, sino de las ramas.

Teoría de las dos sustancias

La sustancia es aquello que existe por sí mismo sin necesidad de otra cosa, es decir, es aquello autosubsistente. Partiendo del cogito (pensamiento) Descartes sostiene que él mismo es sólo una sustancia pensante, dado que ni siquiera el escéptico radical puede negar la existencia del pensamiento (su negación sería un pensamiento más), mientras sí puede mantenerse una duda sobre el cuerpo. Este razonamiento es sospechoso, dado que una idea tan evidente como el propio cogito puede ponerse en duda en términos generales (es inteligible la frase: «las ideas más evidentes son dudosas, acaso están equivocadas»), y esta clase de duda sólo queda claramente superada cuando se refutan las razones más radicales para dudar que ha admitido la investigación. Además, sólo estas mismas razones habían permitido poner en duda las más elementales de las ideas sensibles (Cfr. el argumento escéptico del sueño y sus secuelas inmediatas, tanto en el Discurso IV, como en la Meditación I). Ahora bien, entre estas ideas simples se encuentran la extensión, la figura, etc.

En cualquier caso, la teoría de las dos sustancias nos invita a un mundo dualista. Para llegar de una realidad a otra, del cuerpo al alma (en la percepción sensorial), o viceversa (como en el movimiento voluntario) Descartes menciona que hay una glándula en el cerebro humano (la pineal), donde se encuentra el punto de contacto entre ambas sustancias. Por supuesto, Descartes nunca pudo verificar esta afirmación.

Por otro lado Descartes afirma que hay dos tipos de sustancia, la infinita y la finita. La sustancia infinita es Dios, que es un ser perfecto o infinito (estas dos nociones parecen equivalentes, tal como Descartes las empleó). Tradicionalmente, se considera que Descartes introduce a Dios en su metafísica como garantía de la verdad, pero esto da lugar al profundo problema de la circularidad, que Descartes mismo señala en la «Carta a los Decanos y Doctores...» que antecede a las Meditaciones.

El problema del círculo

Este problema consiste en cómo saber que existe Dios, si frente a los ateos no basta invocar un texto sagrado (como Descartes mismo destaca en la "Carta a los Decanos y Doctores..." que precede a las Meditaciones), y frente al escéptico que pone en duda la evidencia, no bastaría siquiera dar un alegato evidente. Este es un tema discutido entre los comentaristas, pero hay dos respuestas básicas: o no lo sabemos en absoluto; o bien se trata de una prueba dialéctica.

Según la segunda línea interpretativa, Descartes no ha intentado demostrar la existencia de Dios, sino refutar la hipótesis en la que se funda la duda. Esto se conseguiría mostrando: 1) que un argumento incompatible con la hipótesis del genio (o del azar adverso, etc.) es comparativamente 'más sólido que' la(s) respectiva(s) hipótesis escéptica(s); y 2), que ni ese argumento, ni el juicio que lo considera incompatible y superior al alegato opuesto, merecen ser juzgados circulares.

Atendiendo al último punto: la refutación de la hipótesis del genio sería circular si entre el argumento refutatorio, el escéptico aún pudiera sugerir que «acaso el propio genio le haya sugerido a Descartes este alegato». Así, la «prueba» de que no hay genio sucumbiría a la misma duda que aspira a superar. Pero esta réplica es ilegítima bajo el método cartesiano, puesto que para ofrecerla, el escéptico necesita apoyarse en una idea —la del genio maligno— que una vez expuesta la refutación, hemos adquirido razones para poner en duda (V. gr., las razones en que estriba la misma refutación).

Este camino sólo sería promisorio, por supuesto, si no suponemos de entrada que la duda radical planteada por el escéptico y admitida en la investigación, es universal (si lo fuera, a priori toda respuesta a esa duda estaría condenada a la circularidad). Además, habría que preguntarse dos cosas: 1) Si es posible plantear una duda general, que afecte incluso a las ideas evidentes, pero que no sea universal. Una posibilidad, desde luego, es imaginar que la duda se formula con ayuda del cuantificador plurativo: «la mayoría de...» y 2), Si habría razones que permitan desechar la duda universal, y que no se reduzcan a señalar el fracaso al que estaríamos condenados, si hubiésemos de enfrentar esta clase de escepticismo. Esta última es una pregunta abierta.

Bacon

Francis Bacon promotor del empirismo

Francis Bacon (22 de enero de 15619 de abril de 1626), conocido también por barón de Verulam, vizconde de San Albano, canciller de Inglaterra, célebre filósofo y miembro de la misteriosa orden de la Rosacruz

Critica de los ídolos.

La crítica de la lógica aristotélica y del pensamiento recibido, de sus prejuicios y de sus errores, ocupa la parte principal del primer libro del Novum Organum, a manera de preliminar de la filosofía de la ciencia que Bacon desarrolla en el segundo libro. Se trata de una especie de fenomenología del error, en la que se expone la reconocida teoría baconiana de los ‘idola’.
Los ‘idolos’ son, para Bacon, las tendencias del intelecto humano que dan lugar a los errores y a los prejuicios, y que ocultan, por tanto, el verdadero saber. Bacon distingue cuatro tipos de ídolos:

  • Los idola tribus. Éstos, según el autor, se expresan en la tendencia intelectual a considerar que las cosas existen en un grado de orden y de igualdad mayor del que en realidad se encuentran. Los ‘ídolos de la tribu’ surgen también de la propia vida emocional humana, con la consiguiente falta de objetividad en el momento de valorar los argumentos a favor o en contra de un principio. Estos ídolos conducen, finalmente, a la falsedad porque se apoyan en los datos engañosos que proporcionan los sentidos.
  • Los idola specus (literalmente ‘ídolos de la caverna) proceden de las características específicas de cada individuo: de sus gustos, de su educación, de sus ocupaciones, etc. Emergen, por tanto, de la subjetividad y velan la auténtica naturaleza de la verdad.
  • Los idola fori (‘ídolos del mercado’) se originan por el contacto entre los hombres y derivan casi siempre del lenguaje. Causan un auténtico reino de la confusión, pues llegan a utilizar conceptos ilusorios para cosas inexistentes. "Cuando los conceptos faltan, los suplen oportunamente las palabras".
  • Los idola Theatri (‘ídolos del teatro’), por último, son los que se derivan de las falsas teorías, que han engañado a los hombres a la manera como los actores engañan a su público en el teatro.

El segundo libro del Novum Organum desarrolla propiamente el método inductivo de Bacon, en el que se trata de construir el saber, una vez se ha procedido a la crítica de los ídolos o errores.
La lógica Aristotélica, base hasta entonces de las ciencias, ha de ser remplazada pues por una nueva lógica experimental e inductiva. Esto es necesario, según Bacon, puesto que la lógica del filósofo griego es esencialmente deductiva, parte de algunas observaciones empíricas, pero se precipita rápidamente en una generalización que olvida la existencia de principios intermedios. Para decirlo en palabras de Bacon, la lógica aristotélica es una vía de investigación y de descubrimiento de la verdad que parte "de las sensaciones y de los hechos particulares para elevarse rápidamente a las proposiciones más generales". A esta vía, Bacon opone una nueva forma de acceso a la verdad, que parte igualmente de las sensaciones y de los hechos particulares, pero que "obtiene de ellos proposiciones, ascendiendo de un modo continuo y progresivo la escala de la generalización hasta llegar a los principios más generales".
Esto es, en suma, lo que realiza Bacon, el supuesto mérito de su filosofía: considerar insuficiente el escolasticismo y tratar de exponer un nuevo método de investigación mediante el conocimiento minucioso de la naturaleza, prescindiendo de todos los prejuicios que procedieran de las ideas aceptadas sin comprobación o de opiniones de autoridades antiguas tenidas como dogmas.
Pero Francis Bacon no fue demasiado consecuente con sus propósitos y, en su filosofía, hay mucho todavía de escolasticismo y de prejuicios aceptados sin examen. Además, Bacon no realiza ningún aporte significativo para la filosofía natural, nunca desarrolla su método. Tampoco encontramos mucha novedad en sus exhortaciones a emplear la observación, el experimento y la inducción si repasamos los escritos de algunos de sus predecesores inmediatos, en especial Galileo.
Prueba de las especulaciones sin fundamento científico de Bacon es la profunda influencia que ejerció en él la tradición mágico-alquímica. Por ejemplo, Bacon concibe la putrefacción como algo causado por espíritus volátiles que tienden a alejarse de los cuerpos para gozar de los rayos solares. De igual manera, Bacon alude a los influjos lunares, al mal de ojo o a la fabricación del oro. Esto nos reitera el sin numero de contradicciones que se encuentran en la obra de Bacon.

También es importante aclarar que la rebelión contra Aristóteles y el método escolástico no era, en lo más mínimo, original de Bacon. Ya para la época se había atacado fuertemente el método aristotélico, y personajes como Vives, Agripa, Ramus y Acontio habían luchado por una reforma del método algún tiempo antes que los escritos de Bacon hubieran alcanzado prominencia.
Con respecto a la tan nombrada influencia de Bacon sobre la ciencia moderna, hay que aclarar que es falsa. Como primero, los progresos realizados en el siglo XVII tuvieron lugar en las ciencias físicas, no en las biológicas, y en el desarrollo de las ciencias físicas el método de Bacon, como tal, no tuvo influjo alguno.
La supuesta influencia del método de Bacon en el desarrollo de los grandes logros científicos, también se reconoce como falsa cuando tenemos en cuenta que Copérnico, Galileo y Kepler lo precedieron, y que Harvey y Newton no lo tuvieron en cuenta.
Además, hay que considerar que Francis Bacon era un hombre de letras, y para nada un hombre de ciencia, lo cual, en principio, pone en duda la validez de su método puesto que sólo por la experiencia práctica puede desarrollarse cualquier método experimental.
Bacon insistía en la importancia del experimento, pero no podía enseñar lo que no había comprendido: el método experimental. Exhortaba a los hombres a estudiar la naturaleza, pero no podía suministrar indicaciones provechosas para tal estudio. Tenía una ferviente fe en las posibles conquistas de la ciencia, pero como nunca dominó ninguna de ellas, era incapaz de apreciar las condiciones reales de la investigación. Vio bastante claro que el progreso de la investigación debe ser gradual, pero no distinguió cuáles eran los grados necesarios ni la clase de averiguaciones ni el orden que deben seguir, antes de que puedan efectuarse los descubrimientos.
A pesar de todo esto, sus fieles admiradores, que en principio fueron los ilustrísimos de la Royal Society, han visto en Francis Bacon el padre de la filosofía y de la investigación moderna, y el heraldo de la nueva era científica.

Obras

Se propuso ante todo reorganizar el método de estudio científico. Percibió que el razonamiento deductivo destacaba entonces a expensas del inductivo y creyó que, eliminando toda noción preconcebida del mundo, se podía y debía estudiar al hombre y su entorno mediante observaciones detalladas y controladas, realizando generalizaciones cautelosas. Para ello, el estudio que el hombre de ciencia hace de los particulares debe realizarse mediante observaciones que deben validarse. Los científicos deben ser ante todo escépticos y no aceptar explicaciones que no se puedan probar por la observación y la experiencia sensible (empirismo).

Los escritos de Bacon se engloban en tres categorías: filosófica, literaria y política. Sus mejores obras filosóficas son El avance del conocimiento (1605), y Novum Organum o Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza (1620).

La filosofía de Bacon influyó en la creencia de que la gente es a la vez sierva e intérprete de la naturaleza, de que la verdad no se deriva de la autoridad y que el conocimiento es fruto ante todo de la experiencia. Se le reconoce haber aportado a la Lógica el método experimental inductivo, ya que anteriormente se practicaba la inducción mediante la simple enumeración, es decir, extrayendo conclusiones generales de datos particulares. El método de Bacon consistió en inferir a partir del uso de la analogía, desde las características o propiedades del mayor grupo al que pertenece el dato en concreto, dejando para una posterior experiencia la corrección de los errores evidentes. Este método representó un avance fundamental en el método científico al ser muy significativo en la mejora de las hipótesis científicas.

Su Novum Organum influyó mucho en la aceptación en la ciencia de una observación y experimentación precisas. En esta obra mantenía que había que abandonar todos los prejuicios y actitudes preconcebidas, que llamó en griego eidola o ídolos, ya fueran la propiedad común de la especie debido a modos comunes de pensamiento ("Idola tribus") o propios del individuo ("Idola especus"); ya se debieran a una dependencia excesiva del lenguaje ("Idola fori") o de la tradición ("Idola teatri"). Los principios que se plantean en Novum Organum tuvieron gran importancia en el subsiguiente desarrollo del empirismo.

Como escritor, se le debe además la creación del género ensayístico en inglés, con sus Essays, (1597) que siguen la estela de Montaigne, en los que muestra un estilo en apariencia poco ornamentado, y una gran capacidad aforística. En su Nueva Atlántida ofrece la primera utopía tecnológica, donde los gobernantes serán los científicos de la "Casa de Salomón", especie de gran universidad donde se concentraría el conocimiento. Previó en su época grandes adelantos científicos como máquinas voladoras, submarinos y telecomunicaciones.